Dice un buen amigo -de apellido literario y razonamiento lírico- que: "si la vida te da limones...haz pendejadas".
No se si tiene razón, pero de lo que estoy seguro es de que hay todo un ejercito de fieles seguidores de dicha máxima. Es más, me parece que gana adeptos mediante mensajes al inconciente cargados de un simbolismo tal, que es capaz de engañar a la mente más pródiga del planeta.
Aunque tenía alguna leve sospecha, el domingo pasado lo comprobé. Me descubrí infraganti. He aquí la historia.
Diez de la mañana. Suena el teléfono. Mi viejo amigo, el monje: "¿Como estás? oye, te quiero presentar a una amiga ¿vienes? está -junto con otras- en el Six Flags, las voy a alcanzar en un rato".
Aún somnoliento le contesté que si, que cualquier cosa resultaba mejor que permanecer el resto del día consumiendo televisión y comida chatarras en cantidades que el cuerpo no puede sintetizar.
A pesar de que detesto esas citas arregladas en las que no queda otra opción más que interpretar el rol de "Tipo solitario pero sociable, inteligente pero tolerante, open minded pero sin miedo a los compromisos, divertido pero formal" y de que no tenía mayor información de la contraparte femenina del acuerdo, me dispuse a asumir mi mejor cara y mi mejor actitud.
Doce del medio día. Tras un acelerado trayecto en automóvil, llegamos al parque de diversiones. Sin la menor formalidad, fuimos presentados y sin la menor consideración, abandonados. El plan: "nos vemos a las 6:00 en la entrada"
Ahí estaba yo, con mi casi nula capacidad de decir cosas inteligentes, con una treintañera ansiosa de ellas y con toda su atención puesta sobre mi. Y, ¿que hacer? pues nada, si la vida te da limones...haz limonada.
Y la hice. Sin muchos problemas logré hilar algunos temas, platicar algunas anécdotas, arrancarle algunas risas y llenar los silencios incómodos con mi amplio catálogo de insensateces para toda ocasión. Todo esto mientras abordabamos los juegos mecánicos mas sencillos -y no por ello menos demandados- en virtud de que desde un inicio marqué mis límites: "yo no me subo a nada que suba, que baje o que de vueltas". A pesar de ello, lo tomó bien y pasamos un rato agradable.
Tres de la tarde. Hora de comer. Paquete a super precio: "gas y azucares complejas en tamaño grande por dos pesos más, pagas la grasas polisaturadas y te regalan el colesterol". Por supuesto, pagué. ¿Y a que te dedicas? retomé la conversación; estudio la maestría en el Instituto...¡ah! y de ahí conoces al monje ¿no? No. Lo conozco de la iglesia. mmm...y ¿que haces en tus tiempos libres? proseguí con el interrogatorio; canto en el coro de la iglesia, afirmó orgullosa. Comprendí entonces el terreno sobre el que estaba pisando, mismo que pronto sería un campo minado.
Cuatro de la tarde. Caminando bajo el aire helado que comenzaba a cubrir la ciudad. Mi turno de ser interrogado. ¿Y tu, a que iglesia vas? ¿Conoces la Capilla de San...? No, no la conozco, contesté; ojalá un día vayas, el sacerdote es muy bueno. Ojalá, contesté nuevamente.
Pendejada no. 1. La evasión. No vas mucho a misa, ¿verdad? preguntó con mirada inquisidora, ¿No crees en dios? Si creo, contesté, pero no voy a....mira, mejor porque no...¡me muero de ganas de subir a la rueda de la fortuna! ¿vamos? No quería tratar temas tan profundos en una tarde tan superflua.
Pendejada no. 2. Pisando las minas. Con una hermosa vista de la, para ese momento helada ciudad, subidos en un carrito de la rueda, ella contaba anécdotas familiares, mismas me coronó con la siguiente: ¿Sabes como le dieron su anillo de compromiso a mi hermana? No, ¿como?... Pues tras haberse tirado de una avioneta y antes de abrir el paracaídas, entre gritos y gestos, se lo dió...y en ese momento lo dije: !Pues que valiente! yo jamás lo haría...jamás le propondría matrimonio a nadie...Buen sarcasmo en mal momento. Se ofendió, lo tomó personal. Me explotó la mina en la cara.
Pendejada no 3. La falta de información y la mentira piadosa. De vuelta, en el coche. Rumbo a su casa. Bueno, pues fue un placer, te llamo en la semana, le dije. Sin más abrió la puerta y se perdió al traspasar su jardín. No le había pedido su número de teléfono. La mentira piadosa era evidente.
No cabe duda, mis sospechas no lo son más. Soy fiel seguidor de la máxima...si la vida te da limones...haz pendejadas.