lunes, mayo 30, 2005

Tamara, siempre Tamara III

Tan sólo dos sujetos y una infinidad de adjetivos. A este amor nuestro le caben todos. Cualquier cosa que diga será un cliché. Si tuviera un buen poema te recitaría, si tuviera una buena prosa te escribiría, si tuviera un buen trio te cantaría.

Cuando por primera vez te vi, supe que el cielo era para ti, y para mi. Nunca más podré dormir, nunca más podre soñar con alguien que no seas tú. Gastaré toda mi vida en comprar la tuya. Gastaré toda mi vida y más. El amor tendrá que esperar un buen rato para descansar de tu y de mi. Porque un amor violento nos deslumbró. Porque un amor violento nos fulminó.

Fulminado, agotado, desquiciado y aún así amándote con el sello de la casa: violentamente. Ese es el estado de las cosas, sólo por si la duda te está matando y no te atreves a llamar.

Querida Tamara, ésta te la dedicamos los ocho (que en realidad somos nueve): los Tres de Chile (que en realidad son cuatro), los cuatro del Café Tacuba y yo.

El Homo Ludens

miércoles, mayo 25, 2005

Devoción al miocardio

Siempre he sentido una extraña atracción por aquellas canciones cuyas letras resultan novedosas, extrañas, absurdas o morbosas. Claro que con el tiempo corren el riesgo de convertirse en lugares comunes, pero mientras son el centro de la censura resultan fascinantes. Pero contrario a mi percepción de lo novedoso, son las canciones con letras más melosas y comunes las que dominan las listas de popularidad.

¿Por que grupos como Maroon 5 o Coldplay son tan exitosos? ¿Cómo es que sus pegajosas letras como: "In darkness she is all I see/ come and rest your bones with me/that may be all I need/driving slow on Sunday morning and I never want to leave" dominan la radio?

O ¿Como es que la pegajosísima "Yellow" de Coldplay cambió el escenario de la música pop en Inglaterra y en el mundo en aquel lejano 2000? "Look at the stars, look how they shine for you"

¿En que consiste su éxito? ¿En la simpleza de sus letras? ¿En la necesidad de los seres humanos de recordarse con frecuencia sus sentimientos? ¿En que todos nos sentimos solos?

No. La realidad es que son exitosas porque en este mundo, desde hace miles de años, existen muchas personas que se enamoran como loquitas cuando alguien les habla de estrellas; pero de estrellas, estrellas; de esas que los enamorados prometen a su Dulcinea, a cambio de la devoción exclusiva de su miocardio.

viernes, mayo 20, 2005

Medias lunas

Cada que veo un partido de futbol, regresa el enigma que me persigue desde la infancia. ¿Para que sirven las medias lunas que rematan el rectángulo de las áreas?

Consigo olvidarme de ellas durante algún tiempo, pero tan pronto como presto atención al tapetito verde de la cancha, vuelve la vieja duda. Quizá confío en que en ocasión de una justa mundialista, una final de copa de campeones o una liguilla mexicana el problema se aclare de una vez para bien de todos, pero me equivoco, ya que todos evaden el tema, empezando por los cronistas televisivos, que nunca mencionan esta parte de la cancha. Puesto que ignoran su función se hacen los tontos, lo mismo que los árbitros, los jugadores, los directivos y los aficionados. Es evidente que en su momento, cuando nació el futbol, esos mal llamados semicírculos, que se forman trazando una circunferencia cuyo centro es la mancha de penal y cuyo radio mide lo mismo que la distancia de esa mancha a la portería, es decir, nueve metros con quince centímetros, tuvieron una razón de ser que ya hemos olvidado. Fabio Morábito propone lo siguiente:

En los primeros partidos de futbol no se jugaba con un árbitro, sino con dos, quienes ocupaban esos islotes de los que no podían salir y que nadie podía pisar más que ellos, y desde los cuales, sin moverse, dirigían el partido. Como en esos tiempos el futbol no padecía el tacticismo de ahora, el juego se desarrollaba por completo en las dos áreas y la media cancha era una tierra baldía, un mero trámite para cruzar hacia el área adversaria. Los partidos, mucho más emocionantes que los de hoy en día, en que los arribos a la portería enemiga se pueden contar con los dedos de una mano, terminaban con marcadores abultados, y los dos árbitros, situados en las dos mediaslunas, tenían un control perfecto del juego.

Pero una tarde de lluvia uno de los árbitros no pudo acudir. El otro, para no suspender el juego, se vió obligado a abandonar su islote y hacerse a la mar de la cancha, sudando la gota gorda detrás de los jugadores que corrían de una área a la otra. A un cierto punto, tambaléandose, les dijo: o juegan más en la media cancha o me voy, no puedo más. Por primera vez dos equipos de futbol retrasaron sus líneas y dieron comienzo los tristes duelos tácticos que conocemos tan bien, con los volantes de contención, los pasesitos y esas geometrías aburridas que deleitan a los idiotas. Todo lo cual pudo haberse borrado de raíz si el otro árbitro hubiera regresado en los partidos siguientes, pero el tipo, un ser del que su mujer seguramente hacía lo que quería, no volvió a pararse en una cancha, aunque siempre mandaba decir que la próxima vez sí iba a ir, razón por la cual seguían dibujando las dos mediaslunas antes de cada juego...

domingo, mayo 15, 2005

Dos soles

Es sábado. Seguramente la catedral está repleta: la novia de blanco, él de negro, invitados multicolores, palomas en la entrada y bullicio, mucho bullicio. La última vez que pasé por ahí ibamos al merendero ¿te acuerdas? Yo ya casi no. Trescientos veinticinco pasos del quiosco. Si los caminas hacia el sur llegas a tu casa. Hacia el norte llegarás al mercado de antiguedades. No hay manera de perderse. La disposición del lugar es asombrosa, todo está en su lugar: la librería, los restaurantes, las cantinas. Hasta el afanoso lector de manos sigue en su lugar. La música siempre tiene cabida, así como los algodones de azúcar, los globos y los rehiletes. Los mimos y los yacistas, los libros y las pinturas; los elotes y los esquites; las pelucas de Marley, las playeras del sub, los cueritos y los collares de ámbar. Su aire de intelectualidad, sus comunistas. Todo sigue ahí. Curiosamente sólo le falta una cosa que nadie ha notado: le falta brillo, lustre, vida. Le faltan esos dos grandes soles que adornan tu rostro y que iluminan a su paso todo lo que ven. ¿O será que sólo me faltan a mi?