domingo, mayo 15, 2005

Dos soles

Es sábado. Seguramente la catedral está repleta: la novia de blanco, él de negro, invitados multicolores, palomas en la entrada y bullicio, mucho bullicio. La última vez que pasé por ahí ibamos al merendero ¿te acuerdas? Yo ya casi no. Trescientos veinticinco pasos del quiosco. Si los caminas hacia el sur llegas a tu casa. Hacia el norte llegarás al mercado de antiguedades. No hay manera de perderse. La disposición del lugar es asombrosa, todo está en su lugar: la librería, los restaurantes, las cantinas. Hasta el afanoso lector de manos sigue en su lugar. La música siempre tiene cabida, así como los algodones de azúcar, los globos y los rehiletes. Los mimos y los yacistas, los libros y las pinturas; los elotes y los esquites; las pelucas de Marley, las playeras del sub, los cueritos y los collares de ámbar. Su aire de intelectualidad, sus comunistas. Todo sigue ahí. Curiosamente sólo le falta una cosa que nadie ha notado: le falta brillo, lustre, vida. Le faltan esos dos grandes soles que adornan tu rostro y que iluminan a su paso todo lo que ven. ¿O será que sólo me faltan a mi?

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