sábado, marzo 19, 2005

Me topé con su fantasma

Para nadie es un secreto: Me topé con su fantasma. Se me nota al hablar, al discutir, al dialogar. Mis palabras pueden sonar a lo mismo, pero tienen otro sentido, provienen de otro lugar.

Y es que he comprendido que no basta con llevarlo en la playera o en la gorra, donde desgraciadamente hoy descansa su mito. No basta con consumirlo. Por el contrario, hay que llevarlo en la voluntad inquebrantable, en el espiritu indomable, en la indignación por la injusticia. Hay que aprenderle su amor a la lectura, al conocimiento al servicio de todos, a la poesía, a la literatura. Hay que seguir su ejemplo de respeto al género humano y su conciencia clara de igualdad entre los hombres.

En una época carente de valores y de ideas, donde la política se vuelve la práctica de sublimar los intereses propios a costa de los estados y de enriquecer los bolsillos a costa de los pueblos, no está de más recurrir a su carácter sobrio y desinteresado. En una época donde el poder no se ejerce con dignidad e inteligencia, sino con atropellos y abusos, no está de más recurrir a su irreverencia, a su revolución.

Cuando lo que nos falta son ideales y lo que nos sobra son desencantos, hay que recuperarlo en todos los sentidos, con su estilo desenfadado y su carácter romántico, vagabundo, idealista, aventurero e igualitario.

Me topé con su fantasma porque, desde la loca parafernalia de la sociedad industrial, nos vigila. Porque más allá de toda parafernalia retorna y en era de naufragios es nuestro santo laico. Porque casi cuarenta años después de su muerte, su imagen cruza generaciones y su mito pasa correteando en medio de los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco, moralmente terco, inolvidable.

Me topé con su fantasma. Con el fantasma del Che.

Hasta la victoria siempre.

viernes, marzo 11, 2005

En cambio lloraré

El día se acerca. Como cada año la fecha está por llegar y, como tus ojos a los mios, la ignoro, la evado, me doy la vuelta y pretendo que no existe. Hace tres años que decidiste partir el mundo en dos.

Te levantarás tempranito, sigilosa. Por que el fresco de la mañana te hace bien, por que te hace ver más bella, por que según tu, ese olorcito a mojado bien lo vale. Cocinarás para dos, no conoces otra forma, y te pintarás la cara, poquito, por que la belleza no hay que taparla, solo adornarla.

Saldrás a la calle y saludarás a los vecinos. Comprarás tu tinto, como te gusta llamarle con acento pampero a tu cafecito matutino y tomarás tu auto. Irás de compras, visitarás a tu mejor amiga, hablarás con tu mamá, que siempre escucha, siempre consuela, siempre aconseja.

Hace tres años que decidiste partir el mundo en dos. El tuyo sigue girando, tal vez por que sus reglas son más simples. Porque desterraste de él toda complejidad y decidiste vivir así, suavecito, lentamente, acariciando, a la manera en que solíamos bailar.

Ese día te levantarás tempranito, sigilosa. Abrirás los ojos y amanecerá. Ese día sonreirás como siempre. Yo, en cambio, lloraré.

jueves, marzo 03, 2005

Encontrar la cifra

Tal vez no tengas tiempo. La vida pasa a todo tren y la cotidianidad te absorbe, te urge, te secuestra.

No hay tiempo para pensar, para crear, para hacer, para deshacer. Estás en medio del caos, indefenso ante la avalancha de información y de sucesos y de carencias. Fuiste arrojado a un mundo que no comprendes, que no dominas, que no logras descifrar. Como el hombre primitivo, te encuentras en un mundo controlado por fuerzas superiores e indiscernibles.

Tu abominable destino no lo marca esa angustia que te lleva a buscar la cifra -a descifrar-, sino tu renuncia a ser autodidacta, tu resignación a lo indescifrable y tu subordinación sin más a la ley de la costumbre, a hacer lo que debe hacerse sin saber siquiera por qué debe hacerse.

Se trata de que descifres, para lo cual, primero tienes que cifrar, dar forma a la experiencia y a los datos desnudos que te arroja el mundo. Tienes que encontrar la cifra para terminar con el amargo malestar de la vida moderna y sus afanes, sus ritos, sus jerarquías, sus prioridades.

La cifra, esa palabra ignota que resumiría y contendría todo el universo. La clave que terminaría con tu malestar cotidiano, con tu condición siempre precaria e inestable de no acabar de ser quien eres, de no saber quien eres y para que haces lo que haces.

La clave. Pero que más da, tal vez no tengas tiempo.

Al maestro Arreola, donde se encuentre.