Resulta ser que la vi después de 10 años. En aquel entonces tenía 18, con la cara llena de inocencia y los dientes de esos que nunca van en proporción, que siempre se ven grandes. No es que me gustara, mucho menos que la quisiera, pues tenía un grandísimo defecto: Mi mejor amigo y una quinceañera la hacían ser la hija sandwich de una linda familia de cinco. Y es que una de las reglas no escritas entre los amigos pudiera adicionarse al gran decálogo: "No desearás a la hermana de tu mejor amigo...", y podría continuar: "...y aunque lo hagas cállate la boca, que vale más un amistad que una vieja".
En resumen, después de 10 años ella cumplió 28 y yo unos tantos más. Y resulta que la vi. Varios centímetros más alta, menos kilos - o tal vez los mismos, pero ahora armoniosamente dispuestos - y dientes cortos y alineados asomándose por una hermosa sonrisa. La ocasión no llevó a más que un gran abrazo -lleno más de nostalgia que de otra cosa- y al riguroso intercambio de números telefónicos y promesas mutuas de marcarlos.
Días después ella llamó. Con sorpresa e incredulidad escuché su voz en la contestadora y pensé que después de tanto tiempo... nadie puede ser considerado tu mejor amigo.
¡Por fin! ¡Seguramente confesará su pueril y platónico amor, prometerá emociones, pasión y caso omiso al "que dirán"! ¡La esperaré en mis brazos y nos fundiremos en un dulce y profundo beso, de esos que inspiran canciones!
Devolví la llamada. El desenlace cambió un poco con respecto al que imaginé. Baste decir que no tenía seguro de gastos médicos. Mañana lo tendré.
Las hermanas de los mejores amigos de la infancia son unas interesadas, por no decir que todas las mujeres lo son.
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