El 4 de agosto de 1999 es una fecha memorable para las anécdotas futboleras: esa noche en la cancha del Azteca México ganó la Copa Confederaciones con una gran actuación de Cauhtemoc Blanco y, permítaseme decirlo, un gran baile a la selección brasileña.
Horas antes del juego yo me encontraba en la inauguración de una librería financiada por la divertida empresa para la que entonces trabajaba. Entre una serie de personalidades del ámbito académico y cultural asistentes al evento destacaban dos: Homero Aridjis y Carlos Monsivais. Tras cortar el listón, Monsivais improvisó un discurso sobre el mérito de abrir una librería en una época tan difícil y en un país donde la lectura no es un hábito.
Tras la ceremonia tuve la fortuna de estar en el pequeño grupo que se acercó a Monsivais a brindar. Él, siempre lúcido, hablaba y nosotros escuchábamos. Debe ser difícil no tener interlocutor. Me aparté por un rato y volví con la firme convicción de comenzar una conversación inteligente o de al menos darle motivo para deleitarnos con su elocuencia. Mosivais había desaparecido entre el tumulto y la parlotería. Ya no lo encontré.
Dicen que era homosexual. Dicen que adoraba a los gatos. Dicen que era un genio.
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