Los juegos tienen un tiempo finito, el nuestro lo tuvo. Tienen también sus reglas, sus emociones, sus secretos y hasta sus trampas. Al nuestro no le faltaron. Los juegos suelen tener un ganador y por consecuencia, un perdedor. Aún no lo comprendo ¿En que momento ganaste? ¿O es que gané yo? ¿Insinúas que no lo hubo? ¡Que me quieres decir! ¿Que el juego no se ha terminado? ¡Seguimos en el tablero! ¿A quién le toca? ¿Quien mueve ahora?....
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y lo blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta a su albedrío y su jornada
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Que dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Querida Tamara, aunque Borges nunca se equivoca, ahora la sentencia es mía: GAME OVER
El Homo Ludens
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