viernes, abril 08, 2005

Tamara, siempre Tamara II

No se porqué, pero desde que te fuiste tengo la extraña sensación de que me miran. Como si me reclamaran por tu ausencia, como si esperaran tu regreso. Estáticas, se encuentran cada una en su lugar, en ese que el cosmos les confirió para que hasta el fin de los tiempos nos vigilaran, para que fueran mudos testigos de nuestra vida juntos, que no de la tuya o de la mía, que no es lo mismo.

Hoy, cuando salga, colgaré tus llaves tras la puerta, correré las cortinas de nuestra habitación y, sólo por precaución dejaré la cama deshecha, tal vez así no se percaten, tal vez así no me reclamen, tal vez así no sabrán nunca que nos hemos ido...

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

Querida Tamara, ahí encontrarás nuestras cosas, que no las tuyas o las mias, que no es lo mismo. Sólo por si el caprichoso cosmos nos acomoda nuevamente entre nuestros inertes testigos.

Homo Ludens

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